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- ¿Quieres traerme unas pocas judías, Jim? - la señora Gross le estaba gritando -. Las prepararé para la comida. Y, si puedes, también algunas calabazas, cuando pases de vuelta. Apareció por detrás del corral y entró en la casa. Jim Kramer dejó de coger guisantes y se encaminó al límite del sembrado de judías, poniéndose un pañuelo en la cabeza para protegerse del sol. Era un muchacho fuerte, exactamente de la edad de Tommy, al cual había conocido, aunque sin que llegaran a ser amigos íntimos. Diferían en algo: Tommy se interesaba sobre todo por la agricultura y él habría sentido mucho tener que dedicar toda su vida al campo. Jim tenía ideas más ambiciosas. Cuando se graduara el próximo año, pensaba ir a la universidad y estudiar ingeniería. Siempre se había interesado en la mecánica y, aunque alguna vez había vacilado entre eso y la química, estaba convencido de que estaría más contento y ganaría más dinero trabajando en lo que le gustaba. Todavía no se había decidido oficialmente. Pero se las había arreglado con todos los tractores y otro tipo de máquinas que habían llegado a sus manos. Entretanto, no se sentía mal en las labores del campo. Le agradaba la posibilidad que tenía de ganar dinero trabajando en la granja de la señora Gross. Ese dinero lo juntaría a la mesada que recibía durante el año. El sueldo no era generoso, pero suficiente. Y sería un trabajo que le ocuparía todo el tiempo libre. Al principio había tratado - ésa era la idea de su padre - de ocupar aquí solamente la mañana y el resto del día con su padre. Pero después de un día o dos, se hizo evidente que, a menos que la señora Gross tomara las medidas del caso, debido al deterioro de la granja, tendría que trabajar en ella todo el día. Su padre se informó del asunto y lo autorizó. Cogió un buen montón de judías, pero luego, mirándolo, cogió otro poco. Tenía un apetito poderoso y el trabajo se lo aumentaba. La señora Gross seguramente apenas las probaría, pero él consumiría todo el resto. En camino hacia la casa, cogió también media docena de buenas calabazas - más de lo que ella necesitaba, pero el resto se guardaría - y entró a la casa pasando por detrás del corral. Puso todo en la mesa de la cocina. Cuando estaba a punto de volverse, la señora Gross le dijo: - Espera, Jim, ya es casi la hora de comer. Tardaré muy poco en tener preparado todo esto. Lo único más lento es la preparación de las calabazas. Sería agradecerte muy poco el que te mandara de nuevo a trabajar con los guisantes. Siéntate un momento y descansa. Has trabajado mucho. - Perfecto - dijo -. Pero en ese caso, permítame pelar las judías. Después irá a ordenar el corral o dormitaré un poco hasta que me llame. - ¿En el corral? ¿Para qué en el corral cuando en el salón hay un sofá muy adecuado? Y me será más fácil llamarte aquí al lado y no ir al corral. - Muy bien. Peló las judías y partió después al salón a tenderse un momento en el sofá. Antes de hacerlo se sacó los zapatos para no ensuciarlo. No estaba muy agotado, en realidad esta mañana, pero una siesta de unos veinte minutos le vendría muy bien de todas maneras. Era una de esas personas afortunadas que pueden dormir en cualquier lugar y a cualquier hora y que se levantan después de diez minutos con la mente despejada. Cerró los ojos y se quedó dormido, y en su cerebro hubo un dolor repentino, una súbita y corta batalla. Permaneció dormido, pero en su mente la cosa mental estaba aprovechando el período de descanso de su huésped para introducirse en sus recuerdos y aprender a ser o, más bien, a fingir ser, Jim Kramer. Por el resto del día. Ya no tenía necesidad de utilizar a la anciana alemana. - Listo, Jim - la señora Gross gritaba desde la cocina -. ¿Despertaste? - Seguro - respondió -. Un momento. Saltó del sofá y se puso los zapatos. Se puso de pie, y se encaminó a la cocina. - Mmm, huele bien - dijo. - Siéntate, siéntate, y ten cuidado, que está caliente. Después de comer su ración, volvió al trabajo. Terminó de cocer los guisantes, asunto que le tuvo ocupado casi toda la tarde. Al día siguiente tenía que llevarlas en el tractor a la ciudad para venderlas antes que se avejentaran. Pero la cosa mental lo sabía, no iba a su huésped quien las llevaría. Jim Kramer ya estaría muerto mañana. Cuando trajo las vacas de vuelta para que comieran y las ordeñaran, decidió que era bastante por ese día. Volvió a casa. El Jim Kramer que cenó esa tarde en su casa con sus padres quizá estaba un poco más callado que de costumbre, pero en todo lo demás parecía perfectamente normal. La única cosa rara que hizo antes de la noche, fue ocuparse en ordenar todos los volúmenes de una enciclopedia, poner algunos encima de una mesa y empezar a leer en ellos, saltando de un volumen a otro, aparentemente según las referencias de los artículos. Su padre, que pasó una vez por allí, lo vio leyendo el artículo «Electrones» y luego el de «Radar».
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